Pena - as tristezas de um homem velho, Théodore Géricault
En las ciudades de nuestro tiempo, immensas cárceles que encierram a los prisioneros del miedo, las fortalezas dicen ser casas y las armaduras simulan ser trajes.
Estado de sitio. No se distraiga, no baje la guardia, no se confie. Los amos del mundo dan la voz de alarma. Ellos, que impunemente violan la naturaleza, secuestran países, roban salarios y assesinan gentios, nos advierten: cuidado. Los peligrosos acechan, agazapados en los suburbios miserables, mordiendo envidias, tragando rencores.
Los pobres: los pelagatos, los muertos de las guerras, los presos de las cárceres, los brazos disponibles, los brazos desechables.
El hambre, que mata callando, mata a los callados. Los expertos, los pobrólogos, habian por ellos, Nos cuentan en qué no trabajanm qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen.
Sólo nos falta saber por qué los pobres son pobres. ¿ Será
porque su hambre nos alimenta y su desnudez nos viste?
GALEANO, Eduardo. Espejos: una historia casi universal. Buenos Aires: Siglo XXI Editores
& Siglo XXI Iberoamericana, 2008. p. 116.
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