Mulheres protestando, Di Cavalcanti
El libro “Malleus Maleficarum”, también llamado “El martillo de las brujas”, recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos
inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, escribieron, por
encargo del papa Inocencio VIII, este fundamento jurídico y teológico de los
tribunales de la Santa Inquisición.
Los autores
demostraban que las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en
estado natural, porque toda brujeria
proviene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable. Y advertían
que esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía encantaban a
los hombres y los atraían, silbidos de serpiente, colas de escorpión, para
aniquilarios.
Este
tratado de criminologia aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas
de brujeria, Si confesaban, merecian el fuego. Se no confesaban, también,
porque sólo una bruja, fortalecida por su amante el Diablo en los aquelarres,
podia resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
El papa
Honorio III habia sentenciado:
- Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan
el estigma de Eva, que perdió a los hombres.
Ocho siglos
después, la Iglesia Católica les sigue negando el púlpito.
El mismo
pánico hace que los fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen
la cara.
Y al alivio
por el peligro conjurado mueve a los judios muy ortodoxos a empezar el dia
susumando:
- Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer.
GALEANO, Eduardo. Espejos: una historia casi universal. Buenos Aires: Siglo XXI Editores
& Siglo XXI Iberoamericana, 2008. p.115-116
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