O banho turco, Charles Demuth
En la Europa del Renacimiento, el fuego era el destino que merecian los hijos del inferno, que del fuego venian. Inglaterra castigaba con muerte horrorosa e quienes hubiesen tenido relaciones sexuales con animales, judios e personas de su mismo sexo.
Salvo en los reinos de los aztecas y de los incas, los homosexuales eran libres en América. El conquistador Vasco Nuñez de Balboa arrojó a los perros hambrientos a los indios que practicaban esta anormalidad con toda normalidad. Él creia que la homosexualidad era contagiosa. Cinco siglos después, escuché decir lo mismo al arzobispo de Montevideo.
El historiador Richard Nixon sabia que este vicio era fatal para la Civilización:
- ¿ Ustedes saben
lo que pasó con los griegos? La homosexualidad los destrujó! Seguro. Aristóteles
era homo. Todos los sabemos. Y también Sócrates. ¿ Y ustedes saben lo que pasó con
los romanos? Los últimos seis emperadores eran maricones…
El civilizador Adolf Hitler habia tomado drásticas medidas para salvar a Alemania de este peligro. Los degenerados cukpables de aberrante delito contra la naturaleza fueron obligados a portar un triângulo rosado. ¿ Cuántos murieron
en los campos de concentración? Nunca se supo.
En el año 2001, el gobierno alemán resolvió rectificar la exclusión de los homosexuales entre las víctimas del Holocausto. Más de medio siglo demoró en corregir la omisión.
GALEANO, Eduardo. Espejos: una historia casi universal. Buenos Aires: Siglo XXI Editores
& Siglo XXI Iberoamericana, 2008. p.117-118.
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